HISTORIA DE UNA GORDA

“ Mira, ahí viene. Has tenido suerte. Yo antes me he pasado media hora llamándolo sin que me hiciese caso. Y no será porque no se me vea,

¿ verdad?, que  a volumen no me gana nadie. ¿De qué te ries?¿Acaso no es verdad? Por eso te decía que el quid de mi historia es demasiado evidente, demasiado obvio para entretener a nadie. Es como la canción de cinco letras tiene...La historia de una gorda, podría llamarse ¿ A quién le puede interesar? Y sin embargo...¿ Tú sabes lo que es eso?¿ Sabes lo que es estar permanentemente marcado por tus kilos de más? Importarme no es que me importe mucho a estas alturas. Uno se acostumbra a todo ¿no? Pero hay momentos...Tü no has sido gordo, ¿ verdad? Ni gordo, ni mujer, ni negro, ni judío...Bueno , judío no sé...Pues no sabes la suerte que has tenido(...).

 (...) Y es que a una gorda sus medidas la traen de cabeza, como puedes imaginar. Y, para ser más exactos, sus pesos y medidas. De todos es sabido, y como estoy segura que tú también me permito esta pequeña pedantería, que el metro se halla expuesto en el Museo de Sevres, en París. ¿ pero y el kilo? ¿ dónde está expuesto el kilo? Déjalo. No pierdas tiempo en pensarlo. Al kilo no lo exponen, sino que lo ocultan. Figúrate pues, cuando en lugar del kilo el problema son los kilos.

Tremendo.

 Para saber los tuyos existe el procedimiento habitual de ir a una farmacia a que te pesen. Es un minuto y dicen que no duele. Ese día te pones ligera de ropa, no importa el frío exterior ( como nadie recuerda en los últimos ochenta años) eso no importa para nada. Tú con tu traje de seda india, aquel que te compraste en Picadilly y hace siglos, y unas manoletinas ligerísimas.

En las instrucciones para el uso de ese instrumento de tortura llamado báscula suelen aconsejar que te peses siempre a la misma hora y con la misma ropa, pero haces caso omiso. Hoy llevas menos que la vez anterior porque sospechas lo peor. Además, todos sabemos que uno es perfectamente capaz de engañarse  a sí mismo.

Llegas, sonríes, preguntas, dejas el bolso, que te daría un tremendo disgusto si te lo olvidas colgado del hombro (...),y te subes.

Delante tienes a un apuesto cuarentón muy favorecido por la bata blanca y con un mostacho que ni Omar Shariff en sus mejores tiempos, que va corriendo la  pesa de los kilos hacia la izquierda y luego la de los gramos y la de los kilos otra vez.

-         Fallaste, titi, tu ojímetro me favorecía... piensas.

Y otra vez a la izquierda, primero uno, luego el otro.

Y tú empiezas a azorarte , estás a punto de gritar:

-         Déjelo, ya volveré otro día.

Pero te aguantas, tú te lo has buscado.

Y él sigue impertérrito cada vez más a la izquierda, bueno, a tu izquierda, porque para él es la derecha, y entonces sí, entonces, cuando ves que todos menos tú empieza a nivelarse, entonces sí quieres decirle que no mire, que, por favor, no mire, que es la farmacia que tienes más cerca de casa, más a mano, la que te resulta más cómoda y que, si mira, no podrás volver nunca más.

 Pero es demasiado tarde. Oyes una voz ronca que dice una cantidad siempre superior a la que tú habías imaginado y que es todo un veredicto: Tantos kilos ( no me lo hagas especificar ahora) y un día oyes con la gravedad del condenado. Bajas rápidamente y pides aspirinas mientras miras a tu alrededor para comprobar si en la larga cola de viejecitos y señoras ( entre los que siempre hay algún joven de buen ver ) que acaban de ir al ambulatorio se han enterado de la nefanda cantidad y te miran despectivamente o hay risitas por lo bajo y deditos índice señalándote. Llegas a la conclusión de que la humanidad es más educada de lo que se dice porque oyéndolo como lo han oído todos, van a esperar a que tú salgas de esa cámara de tortura para hacerlo...”

  MIGUEL, L : “ ¡ No quepo!”

Caja Gral. De Ahorros de Granada.

Granada. 1992. Págs. 14,36,37 y 38.

 

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